opinión
Dr. Pablo Fuentes Retamal
Octubre 12, 2021
Una pedagogía de la esperanza, el dialogo y el encuentro
El 19 de septiembre pasado se celebraron cien años del nacimiento de Paulo Freire, quien, sin lugar a dudas, fue el pedagogo más influyente en el desarrollo del pensamiento crítico americano durante el siglo XX.
De la obra de este autor destaco Pedagogía del Oprimido (1968), texto que Freire escribió mientras permanecía en Chile, en calidad de refugiado político, a causa del exilio que le impuso la dictadura militar que gobernaba Brasil, en aquel entonces. Las ideas expuestas en este trabajo teórico sugieren que las clases populares son sometidas por fuerzas sociales superiores que impiden su liberación y desarrollo, en este sentido, los objetivos que promueve la pedagogía tradicional son serviles a este sistema, pues perpetúan los patrones de dominación cultural.
Según Freire, el sustento del binarismo, opresor-oprimido, es la educación “bancaria”. Esta perspectiva adjudica todo el protagonismo al docente en el proceso educativo, mientras que el estudiantado es relegado a un plano secundario en el que su labor se limita a memorizar, de manera pasiva y sin mediar ningún tipo de cuestionamiento, los contenidos de “sabiduría” que le ofrece su maestro. El resultado de esta formación pedagógica tradicional son sujetos pasivos, carentes de autonomía e incapaces de formular un pensamiento crítico propio.
La respuesta a este desafortunado panorama es una praxis pedagógica capaz de renovar los roles preconcebidos, de modo que el estudiante asuma funciones propias del educador, mientras que el educador hace lo propio desde la vereda del educando. En otras palabras, la dinámica pedagógica que se promueve en Pedagogía del Oprimido ofrece una mirada educativa cuyo propósito es la liberación de los oprimidos y donde el bienestar no se encuentra en la dominación ni en la explotación, sino que, por el contrario, en una transformación política y social de la realidad.
El quehacer pedagógico que sugiere Freire se sustenta en el diálogo que favorece el descubrimiento y la comprensión de la realidad, facilitando la construcción de saberes compartidos y democráticos. En este sentido, el pedagogo brasileño indica que la labor del profesorado “no es hablar al pueblo sobre su visión del mundo (…), sino dialogar con él sobre su visión y la nuestra”. Las palabras finales de la Pedagogía del oprimido son muy iluminadoras, pues extienden una invitación que no sólo atañe al mundo de la educación, sino que a la humanidad completa. En los párrafos finales de esta obra, el autor indica que, si estas páginas no aportan nada, al menos, espera que algo permanezca: “la creación de un mundo en el que sea menos difícil amar”.