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opinión

La nomenclatura en “Archer’s paradox” como propuesta conceptual

Johana Martin Mardones

Junio 29, 2021

La propuesta que abre la Galería de Arte Virtual de la Universidad de Concepción, Campus Los Ángeles este miércoles 30 de junio, del artista mexicano Emilio Said, fue presentada originalmente en la Sala del Olimpo, en Mérida México el año 2019 bajo el nombre “Archer’s paradox”, aludiendo a la “paradoja del arquero”. Se trata del resultado de una investigación que Said desarrolló hace varios años en un trabajo conceptual cuya nomenclatura admite la conjunción entre el ejercicio de la arquería, la arquitectura, lo audiovisual, bidimensional, volumétrico y objetual para proponer una instalación que habla desde distintos lugares y, al mismo tiempo, establece vasos comunicantes entre los elementos en juego y, en ese acto, desestabiliza modelos explicativos contemporáneos.

Si sólo nos centramos en el título, tendríamos que pensar que el concepto paradoja no es aplicable en la acepción misma de la palabra, sin embargo, la reunión de elementos que Said dinamiza puede ser entendida desde esa concepción. Las flechas incrustadas en el piano se insertan en distintos lugares, como si el propósito del artista, al ponerlas ahí, fuera intensionar la trayectoria de cada flecha en un lugar distinto, accionando, en ese acto, conceptualmente la paradoja. La contradicción se produce, justamente, porque las flechas han sido expulsadas para intersectar distintos lugares, en contraposición al ejercicio que ejecuta el arquero cuyo valor está en la exactitud, no obstante, el artista no busca la asertividad, sino todo lo contrario. La asertividad, en ese orden, “no es asertiva”, ni menos aún necesaria en la propuesta paradojal de Said (paradoja). El elemento expulsado por el arco, en el “error de tiro”, busca su propio recorrido, su lugar, el espacio de encuentro con algo, el roce, el choque o la unión. La relación espontánea con lo otro, que (re)produce el suceso, enriquece el encuentro, lo dinamiza y crea múltiples posibilidades de encuentro y de relación con lo que se conecta (encuentra) más allá del piano como primer elemento de choque. Más adelante veremos los alcances que las flechas tienen sobre el resto de elementos diseminados en la sala.

El sostén de esta producción reflexiona en dos niveles de articulación: uno dado por la relación del movimiento objetual, cuyo símbolo mayor es el piano con las flechas,  complementados con los elementos en posición horizontal (composiciones hechas con madera)  puestos en la pared tensionando la relación holística que el arte sostiene como lenguaje multidireccional; y el otro, la relación de ese lenguaje con la obra convencional-bidimensional, figurado por los trabajos colgados en la pared con grafismos oscilantes en los que mínimamente reconocemos elementos, más bien son configuraciones espaciales armónicas, alusión a geografía territorial con grafismos y manchas.

[1] La pérdida de identidad como recurso conceptual

El piano con las flechas de colores, ícono articulador de la escena, cuerpo mayor que indaga desde su propia configuración como objeto axial atemporal, establece diversas relaciones y múltiples acciones de captura y síntesis. En este sentido, el piano, concebido como instrumento musical, pierde el carácter para el cual fue concedido (identidad) y se establece como objeto portador de significado al ser trasladado a la sala de exposición (mundo del arte-instalación) en compañía de una serie de elementos y factores que lo desplazan (ubicación). El objeto (piano), intersectado por cada flecha, pierde paulatinamente su carácter conmutando a un sistema de signos referenciales escenográficos; para citar el pensamiento del artista: gesto poético y evanescente. El diálogo con los elementos que lo acompañan fricciona las relaciones posibles que la flecha, en tanto símbolo, atribuye-distribuye en múltiples trazados y cortes (re)creando escenas conjeturales.

La relación del objeto con su propia identidad, ahora alterada bajo la propuesta del artista, propone una experimentación disectada, “desarraigada de su trama”, a partir de la doble relación articuladora. La flecha, elemento ajeno al contexto musical, ingresa en el objeto, símbolo mayor, en una relación impensada entre elementos tan disímiles, no sólo para proyectarse en él, como fuerza generadora de sentido, sino para configurar nuevas relaciones espaciales dialógicas con la musicalidad que proyecta por su propia naturaleza y con los elementos complementarios. La flecha penetra el cuerpo (fractura-disección) y esa acción proyecta su recorrido más allá de sí misma en una red invisible que unifica la segmentación de la escena en un entramado mayor. 

La escena se completa con el sonido que emite el televisor que, a su vez, es portador de la imagen del piano en una acústica que desplaza la disección al territorio de la música, devolviéndole la identidad perdida y velada a través del dispositivo (imagen audiovisual). Somos capturados, auditivamente, por este nuevo aparato que activa una renovada relación del receptor con el objeto. Las flechas han proyectado nuevamente su fuerza hacia un territorio que sucesivamente reproduce y abre nuevos espacios de reflexión.

La propuesta de Emilio Said es, en este sentido, inquietante cuantas veces logra disectar la axialidad del corpus en el intrincado engranaje que pone en movimiento “Archer’s paradox”. El objeto mutando es (piano), en sí mismo, una paradoja en el mundo paradojal gracias al cual deviene y en el que, de igual manera, deviene.


[1] Artículo publicado originalmente en noviembre de 2019 en Diario Jornada Maya, Mérida México

Columnista(s)

Johana Martin Mardones

Directora de Alumni UdeC

Artista Visual y escritora

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