opinión
Dr. Pablo Fuentes Retamal
Abril 26, 2022
En 1971, en la ciudad de Lima, Perú, se organizó un ciclo de conferencias en el contexto de la Reforma Educativa que se discutía, en aquellos entonces. Entre los conferencistas se encontraba Iván Ilich, pensador austriaco de corte anarquista, cuya presentación cuestionó el modelo tradicional de escuela, pues, argumentó, esta institución educa a las nuevas generaciones, en conformidad con los intereses de las elites gobernantes. El siguiente expositor fue Paulo Freire, quien comenzó su presentación indicando que: “extrañaba la compañía de su mujer, pues no le agradaba viajar solo”.
Las declaraciones de Freire provocaron cierta decepción, pues, luego de la presentación de Ilich, las expectativas de los asistentes eran discursos cargados de contundencia revolucionaria. Tuvieron que pasar varios años para que se comprendiera el valor y sentido de las palabras iniciales de Freire, cuyo propósito no fueron apaciguar los ánimos militantes, sino que, de una manera sutil e inteligente, evidenciar la importancia de las emociones y los afectos en la praxis pedagógica.
En este sentido, es correcto sostener que para Freire las subjetividades y los fundamentos ideológicos son equivalentes, en importancia. Un pasaje de Pedagogía del oprimido (1970) subraya la importancia que otorga el pedagogo brasileño a los afectos, en cuanto considera que el Amor es el “fundamento del dialogo (…). Un acto de valentía, nunca de temor (…) un compromiso con los hombres” (2005, p.108).
Siguiendo esta línea de reflexión, es acertado traer a colación un pie de página del texto antes mencionado, específicamente, aquel fragmento en que Freire transcribe parte de una carta de Ernesto “Che” Guevara en el que se definen los parámetros del hombre-revolucionario, esto es, un sujeto cuyo ética y conducta habrán de estar siempre reguladas “por grandes sentimientos de Amor” (Freire, p.108). De manera similar, la labor del docente se debe regir por fundamentos teóricos sólidos, pero, además, por componentes afectivos que propicien una relación educador-educando cuyo sustento sea la confianza y el entendimiento, pues, sólo entonces, la labor pedagógica habrá de consagrar propósitos liberadores.