opinión
Dra. Marcela Núñez Solís
Noviembre 16, 2021
En la actualidad existe carencia y/o dificultad para establecer diálogos en diversas esferas en nuestra sociedad: políticas, económicas, educativas, entre otras. Si bien esta columna apunta a abordar el diálogo en la educación, no puedo dejar de señalar cómo la ausencia de diálogo a este nivel permea hacia otros ámbitos. Estamos en un momento histórico donde se demanda que los políticos y ciudadanos comunes de nuestro país dialoguen y tomen decisiones sobre asuntos relevantes que nos competen a todos como habitantes de esta sociedad. Sin embargo, vemos con decepción que, muchas veces, se cae en descalificaciones que evidencian, entre otras cosas, nuestra incapacidad para establecer diálogos en un ambiente de respeto mutuo y tolerancia. Pero ¿cómo poner en práctica algo en lo que muchos no hemos sido educados? No tengo una respuesta definitiva a esta interrogante, pero sí puedo plantear que no es fácil formar parte de un diálogo donde participan personas con distintos niveles académicos y/o jerárquicos, pues, ente otras cosas, se requiere de humildad epistémica por parte de los integrantes. Es decir, se requiere reconocer que somos seres humanos en constante aprendizaje, insertos en un mundo globalizado donde el conocimiento es cambiante.
Así, nos hemos aproximado al concepto de diálogo igualitario, el que puede incorporarse a nivel educativo tanto dentro del aula como fuera de ella. El diálogo igualitario es la igualdad de oportunidades de participación de todas y todos los integrantes en un diálogo. En dichos diálogos se escucha, analiza, reflexiona, sitúa, argumenta, todo con un denominador común, los argumentos son aceptados considerando su contribución y no en base a relaciones de poder que puedan existir entre quienes participan.
Situados en el contexto de aula educativa, muchas veces, los docentes vemos el diálogo como una amenaza, ya que, si bien somos especialistas en la disciplina que impartimos, en este tipo de prácticas dialógicas, nuestros saberes pueden ser cuestionados por nuestros propios estudiantes, dado que, el ofrecer esta posibilidad, genera una relación horizontal donde los contenidos o temas abordados pueden tomar diversos caminos y ser analizados desde diversas perspectivas. Por tanto, no basta con ser especialista en la diciplina, sino que, además, los docentes deberíamos tener la capacidad de mediar dichos diálogos, manteniéndonos intelectualmente en guardia para no dejar pasar planteamientos sobre los cuales se pueda construir aprendizaje en un clima de aceptación, afecto y respeto a la diversidad. Sin embargo, los docentes optamos por prácticas pedagógicas más bien instruccionales, donde existe mayor certeza de lo que sucederá en el aula. Así, se evidencia una formación que le asigna al estudiante un rol pasivo, de receptor de conocimientos, perdiendo posibilidades de desarrollar el pensamiento crítico, la resolución de problemas, el sentido de la responsabilidad, solidaridad, aspectos que requiere un mundo globalizado como el nuestro.
Aproximarse, por medio del diálogo igualitario, a un intercambio cultural, donde diversos saberes confluyen, nos hace salir, por un momento, de nuestra “zona de confort”, no obstante, nos permite tener una comprensión más rica y amplia del mundo. Sin embargo, lograr generar este tipo de diálogos en los centros educativos no es un trabajo sencillo para los docentes, pues requiere, entre otras cosas, habilidades comunicativas, alerta intelectual, respeto, generosidad y verdadera aceptación hacia la contribución del otro. En este tipo de diálogo, la comprensión del mundo es un proceso comunicativo donde coexiste el saber científico (del docente) con el saber cotidiano (de los y las estudiantes).
Así, como docente, entrar en un diálogo igualitario con nuestros estudiantes es un camino desafiante por el cual debemos transitar si esperamos aportar a la formación de los ciudadanos que demanda nuestra incierta sociedad actual.