opinión
Yessica Alarcón Barraza
Noviembre 30, 2021
Como docente, ¿Ha sentido que no se valora las habilidades de un estudiante, solo porque no están dentro de los cánones esperados por la sociedad? En el filme “Escritores de la libertad”, estrenada el año 2007, se narra la historia real de una apasionada docente de educación secundaria (Erin Gruwell), quien logra ver las potencialidades intelectuales de un grupo de adolescentes “marginales” marcados como uno de los peores grupos pandilleros de Long Beach (EE. UU). Esta historia reflexiona acerca de la búsqueda del respeto de las características personales de cada estudiante y de su historia previa -por cruda o intrincada que sea-, y navega a contracorriente de la tendencia a la homogenización que es posible observar en casi todo el sistema educativo.
Paulo Freire, representante de la pedagogía crítica, sostiene que educar implica la constante unión entre la historia de los sujetos y sus ansias de aprender y, para que sea realmente significativa, debe ser capaz de acoger las concepciones previas de este y no sancionarla tan solo por no cumplir la norma. Ejemplos en las aulas sobran a este respecto. Las historias personales suelen invisibilizarse por el silencio normativo; no hacerlo puede conllevar el castigo o reprimenda, a menos que se trate de un comentario de contenido. Esta práctica arrastra consigo la pérdida de análisis y reflexión que puede enriquecer el clima de aula.
Aristóteles, dentro de esa línea, planteó que la educación sería la entrega de (in)formación acerca de un área o contenido puntual, con ayuda de un tercero; implicaría el dominio del cálculo y el desarrollo de competencias básicas, desconociendo las características personales del estudiante. Los planteamientos aristotélicos son, hoy en día, base de los sistemas educativos de diversos países del orbe y, tal vez por desconocer la riqueza de la diversidad, no han sido capaces de reaccionar de forma eficaz ante temas relativos a la identidad de género, el acoso escolar, la integración del alumno inmigrante, o el aumento de la violencia entre los jóvenes, que incluso a veces llega a lo delictual.
Paralelamente, Paul Ricoeur plantea una original idea de educación basada en dos conceptos: utopía e ideología. Lautopía cuestiona el sistema actual, signo de rebeldía, mientras que la ideología sería el seguimiento y adaptación a las normas sociales imperantes. Es decir, la sociedad debe buscar un equilibrio entre la norma y el respeto a la autoridad, entre la disidencia y la libertad de pensamiento. No puede existir sociedad sin normas, como tampoco una sociedad sana sin disidentes, que señalen lo que no va marchando bien.
En suma, sería perjudicial ver la educación ajena al respeto que merece la libertad y la diversidad; pero, paralelamente, la formación no debe estar ajena a la disciplina, al orden, y a la adaptación al medio social en el que desarrollan los estudiantes. Un buen punto de partida puede ser visualizar la educación como un acto complejo; el arte de buscar un constante equilibrio entre la autoridad, la norma, y el respeto por las diferencias individuales. Las técnicas usadas por la maestra Erin en la película dieron excelentes resultados en su contexto, pero no representan una solución en todos los ambientes socioeducativos del mundo; queda tarea pendiente en ese sentido. No obstante, un fuerte compromiso y altas expectativas hacia sus estudiantes por parte de cada docente generará, sin duda, mejores resultados.